El Departamento de Folklore celebra el Día de los/as bailarines/as folklóricos/as en homenaje a Santiago Ayala “El Chúcaro”.
Cada año, el 13 de septiembre, en nuestro país se celebra Día de los/as bailarines/as folklóricos/as en homenaje a Santiago Ayala “El Chúcaro”, quién falleció el 13 de septiembre de 1994.
A Santiago Ayala “El Chúcaro”, se lo recuerda como el gran bailarín, maestro y coreógrafo del arte folklórico argentino, que durante su carrera artística diseñó cientos de obras coreográficas, varias de las cuales siguen siendo coreografías clásicas de la danza nacional y, en 1986, se concreta su obra máxima para la danza argentina: se creó el “Ballet Folklórico Nacional”, dirigido por él mismo y Norma Viola.
El Chúcaro y Norma Viola son figuras invaluables en la historia de nuestra cultura popular, siendo los creadores de una nueva estética para las danzas tradicionales de la Argentina, con obras argumentales y originales puestas en escena, inspiradas en fuentes populares, con una particular interpretación adornada con matices en busca de un lenguaje propio.
Se comparten a continuación las palabras de Yanina Del Arco, docente del Departamento de Folklore:
“Día de los/as bailarines/as folklóricos/as
Un día como hoy se celebra la resiliencia en el arte de nuestro país: el Día de los/as bailarines/as folklóricos/as.
En un mundo donde lo inmediato ya es viejo, las y los bailarines folklóricos seguimos cultivando el legado y las culturas de nuestro pueblo contra todos los pronósticos. Es inevitable. Es más grande que nosotras y nosotros. Es esa arritmia que se produce en el corazón cuando escuchamos una chacarera, el deseo de cerrar los ojos y mirarnos dentro ante la presencia de una zamba o el involuntario mover de los dedos cuando escuchamos un malambo: son la música y la danza de nuestra tierra inyectándonos dopamina y empujando a nuestro cuerpo a danzar.
Bailar no es una elección, la danza folklórica te encuentra, se hace carne en el cuerpo, es una pulsión inevitable, al final la elegimos porque se siente dentro, en lo profundo, y vamos enceguecidas y enceguecidos (pues dicen que el amor es ciego) contra una sociedad que nos recuerda solo cuando hay actos patrios, demostrándoles que hay mucho más en un chamamé que pasos bonitos: en cada movimiento hay un pedazo de nuestra historia, nuestra gente y el calor de lo cotidiano.
Cuando me pidieron escribir algún artículo para este día, sentí miedo, no me creí capaz de expresar en palabras lo que se siente ser bailarina folklórica. Pero pensando mientras redacto me acuerdo de la voz de mi abuelo en mi infancia cantando “Zamba de mi Esperanza” mientras me desplazaba en giros con su pañuelo de bolsillo por el patio de su casa, y entonces el miedo se me va, porque sé desde dónde lo estoy diciendo.
Las y los bailarines folklóricos sentimos un calor en el pecho que nos empuja al patio y a la escena a DECIR con el cuerpo quiénes somos y de dónde venimos, con la certeza de que hacemos patria compartiendo nuestro arte. Nos sumergimos en ese compartir que tiene la danza folklórica que nos multiplica y nos hace sentir abrazadas, abrazados, cuando tenemos la dicha de mirarnos a los ojos con otra u otro.
Deseo profundamente que todas las personas ajenas a nuestras danzas tengan la fortuna de vivir esa experiencia alguna vez en la vida. Me emociona pensarnos y observar cómo seguimos adelante, resilientes ante las mínimas oportunidades laborales que se nos presentan y ante el esfuerzo de una cultura muchas veces forastera que insiste con extinguirnos.
Es inevitable que en cualquier parte del mundo una bailarina folklórica o un bailarín folklórico despierte suspiros, porque en su energía hay un no sé qué, inexplicable; una esencia enraizada en los suyos que se desprende de su cuerpo en colores como si fuesen los colores de nuestros cerros; hay y percibimos la magia en lo que hacemos. Porque es la historia de mi abuelo, pero también es mi presente y quizás el de muchas, el de muchos. ¡Y sí! es muy probable que seamos un punto pequeño luchando por ser vistos entre tanta niebla, pero tenemos en nuestro danzar una fe que despierta, que moviliza, y ahí seguiremos siempre, con ese orgullo de ser Folklóricas y Folklóricos que nos caracteriza, llevando el arte de nuestra tierra por todos los caminos que nos toque andar…
El maestro y bailarín Santiago Ayala “El Chúcaro” dijo: “El bailarín cuando es bailarín, y se para en algún lugar de América, si es buen bailarín, si es buen poeta, si es buen músico… la tierra se le sube por las piernas como la savia a las plantas… y le maduran las piernas, le florece la cabeza, y el bailarín danza”.
A Santiago Ayala “El Chúcaro”, se lo recuerda como el gran bailarín, maestro y coreógrafo del arte folklórico argentino, que durante su carrera artística diseñó cientos de obras coreográficas, varias de las cuales siguen siendo coreografías clásicas de la danza nacional y, en 1986, se concreta su obra máxima para la danza argentina: se creó el “Ballet Folklórico Nacional”, dirigido por él mismo y Norma Viola.
El Chúcaro y Norma Viola son figuras invaluables en la historia de nuestra cultura popular, siendo los creadores de una nueva estética para las danzas tradicionales de la Argentina, con obras argumentales y originales puestas en escena, inspiradas en fuentes populares, con una particular interpretación adornada con matices en busca de un lenguaje propio.
Se comparten a continuación las palabras de Yanina Del Arco, docente del Departamento de Folklore:
“Día de los/as bailarines/as folklóricos/as
Un día como hoy se celebra la resiliencia en el arte de nuestro país: el Día de los/as bailarines/as folklóricos/as.
En un mundo donde lo inmediato ya es viejo, las y los bailarines folklóricos seguimos cultivando el legado y las culturas de nuestro pueblo contra todos los pronósticos. Es inevitable. Es más grande que nosotras y nosotros. Es esa arritmia que se produce en el corazón cuando escuchamos una chacarera, el deseo de cerrar los ojos y mirarnos dentro ante la presencia de una zamba o el involuntario mover de los dedos cuando escuchamos un malambo: son la música y la danza de nuestra tierra inyectándonos dopamina y empujando a nuestro cuerpo a danzar.
Bailar no es una elección, la danza folklórica te encuentra, se hace carne en el cuerpo, es una pulsión inevitable, al final la elegimos porque se siente dentro, en lo profundo, y vamos enceguecidas y enceguecidos (pues dicen que el amor es ciego) contra una sociedad que nos recuerda solo cuando hay actos patrios, demostrándoles que hay mucho más en un chamamé que pasos bonitos: en cada movimiento hay un pedazo de nuestra historia, nuestra gente y el calor de lo cotidiano.
Cuando me pidieron escribir algún artículo para este día, sentí miedo, no me creí capaz de expresar en palabras lo que se siente ser bailarina folklórica. Pero pensando mientras redacto me acuerdo de la voz de mi abuelo en mi infancia cantando “Zamba de mi Esperanza” mientras me desplazaba en giros con su pañuelo de bolsillo por el patio de su casa, y entonces el miedo se me va, porque sé desde dónde lo estoy diciendo.
Las y los bailarines folklóricos sentimos un calor en el pecho que nos empuja al patio y a la escena a DECIR con el cuerpo quiénes somos y de dónde venimos, con la certeza de que hacemos patria compartiendo nuestro arte. Nos sumergimos en ese compartir que tiene la danza folklórica que nos multiplica y nos hace sentir abrazadas, abrazados, cuando tenemos la dicha de mirarnos a los ojos con otra u otro.
Deseo profundamente que todas las personas ajenas a nuestras danzas tengan la fortuna de vivir esa experiencia alguna vez en la vida. Me emociona pensarnos y observar cómo seguimos adelante, resilientes ante las mínimas oportunidades laborales que se nos presentan y ante el esfuerzo de una cultura muchas veces forastera que insiste con extinguirnos.
Es inevitable que en cualquier parte del mundo una bailarina folklórica o un bailarín folklórico despierte suspiros, porque en su energía hay un no sé qué, inexplicable; una esencia enraizada en los suyos que se desprende de su cuerpo en colores como si fuesen los colores de nuestros cerros; hay y percibimos la magia en lo que hacemos. Porque es la historia de mi abuelo, pero también es mi presente y quizás el de muchas, el de muchos. ¡Y sí! es muy probable que seamos un punto pequeño luchando por ser vistos entre tanta niebla, pero tenemos en nuestro danzar una fe que despierta, que moviliza, y ahí seguiremos siempre, con ese orgullo de ser Folklóricas y Folklóricos que nos caracteriza, llevando el arte de nuestra tierra por todos los caminos que nos toque andar…
El maestro y bailarín Santiago Ayala “El Chúcaro” dijo: “El bailarín cuando es bailarín, y se para en algún lugar de América, si es buen bailarín, si es buen poeta, si es buen músico… la tierra se le sube por las piernas como la savia a las plantas… y le maduran las piernas, le florece la cabeza, y el bailarín danza”.